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domingo, 1 de julio de 2018

42k: Triunfó el amor


El termómetro marcaba los 3 grados bajo cero cuando eran las 8 de la mañana en las inmediaciones del Monumento Nacional a la Bandera, en Rosario. A esa hora ya cientos de personas, en pantaloncitos cortos, trotaban como en círculos, iban y venían, se tiraban aliento entre las manos casi juntas, las frotaban, estiraban las piernas y volvían a trotar. Acercándose las 9 ya eran miles.

Antes de la largada, con -3º
Más allá del frío hubo gran calidez en la 17° Maratón de la Bandera. En la previa, la ansiedad y los nervios principalmente de los que iban a recorrer la distancia mayor se disimulaban por el frío. Pero el día estaba lindo, y se notaba que el sol que se iba haciendo presente iba a ayudar a que esta fuera una gran jornada. Antes de la largada no había que enfriarse, era la recomendación que se daban unos a otros. Entonces corrían, trotaban en el lugar y ultimaban detalles, ajustaban sus cordones y cuidaban que estuviese a la vista el número de corredor.
La baja temperatura ayudaba de alguna manera a los corredores que tenían que hacer la distancia del maratón ya que tenían tiempo y camino para tomar calor. Más allá de eso se imponía la remerita térmica debajo de la celeste de los 42k o la naranja de los 10k.

Solo una gran duda asaltó con impotencia los corredores: ¿A quien se le ocurrió dar vasos de agua en los puntos de hidratación? ¿Eh?

Si alguien tiene alguna duda de que enviar deseos positivos o alentar puede ayudar al otro, tenía que ver lo que pasaba principalmente en los últimos metros de la competencia. Los corredores se acercaban a la meta con todo su esfuerzo, muchos ya con más que eso (mente, piernas, sudor, voluntad), y los gritos de aliento del ocasional público le imprimían un nuevo ritmo a las últimas zancadas.  Es una relación que se alimenta recíprocamente. Sin saberlo, por respeto a ese público el corredor, ya extenuado, se ve obligado a recomponer el paso, enderezarse un poco, darle más vida al ritmo que llevaba y alcanzar la meta con la cabeza en alto. Y el público cumpliendo su rol aplaudía y vivaba a propios y ajenos; “Vamos pibe que vos podés”; “Bien flaca que son los últimos metros”; “Dale viejo que ya llegás”, se podía escuchar que surgía de voces anónimas a un costado de la Av. Belgrano.

La crónica dirá luego que los olavarrienses Gustavo  Fernández y Cecilia Fernández, pareja ellos, resultaron  primeros en la general de caballeros y damas. Si, triunfó el amor, si se permite la frase hecha. El amor de ellos, y el de miles de almas que se acercaron a correr la fría mañana del 24 de junio ahí en el mismo lugar donde hace 206 años Belgrano izó la bandera argentina por primera vez tomando los colores del cielo. El mismo cielo que esa mañana se dejó ver y abrazó a las 5 mil personas que coparon las calles de Rosario para cumplir una meta.

La fiesta se extendía hacia el mediodía cuando solo unos pocos habían alcanzado la distancia del maratón ya pasadas las 12. A un costado, cerca de la meta, una nena viendo eso que pasaba adelante suyo, preguntó: “¿Mamá, por qué corren?”. “Por amor, hija”.