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sábado, 9 de diciembre de 2017

Una historia de suspenso y ruptura de la continuidad espacial

Uno se cree muy seguro de la continuidad normal del tiempo y del espacio, y de la tranquilidad con la que todo debe transcurrir hasta que un día un sonido agudo y corto perfora la calma. Es un mensaje de Whatsapp del grupo de padres de la escuela, en el que alguien suelta la pregunta: "¿Mañana entran en horario normal los chicos?". Chan... La primera rápida respuesta para uno mismo, de superado nomás es "pero claro, por qué no habrían de entrar a la hora de siempre". Nada indicaba que no tuviera que ser así, pero segundos después hace su ingreso la duda que carcome y ya se empiezan a considerar otras opciones.

¿Habrá paro de docentes? ¿De porteros? ¿Será por la actividad de ayer que quedó sucio y tienen que limpiar? ¿Hay perfeccionamiento docente? ¿Mañana es por esa salida al museo? No es feriado nacional... ¿Será un feriado provincial? ¿Asueto? "Algún otro evento que escapa a mi cabeza debe haber", pienso procurando ser buen padre.


La duda se empieza a esparcir como si nunca hubiera tenido nada claro y ya me siento René Descartes. ¿Pero, qué provocó finalmente esto? Al fin y al cabo, "¿comunicaron desde la escuela que hubiera que entrar más tarde?", reflexiono buscando cordura. "No, che" me decía a mí mismo. O quizás sí y se perdió la notita. Ahí fue toda la familia a revisar el cuaderno de comunicaciones, la última hoja, la anterior. No, nada...

A todo esto, ya alguien contestó en el Whatsapp. "A, no sabía nada. ¿Seguro?". Y otro le contesta algo tipo "creo que no", y un tercero asegura, "sí, me pareció escuchar algo, pero creo que era para otro grado". Hasta acá nadie confirma la teoría de que mañana los chicos tuvieran que entrar más tarde, pero la duda planteada genera la necesidad de una respuesta contundente. ¿Entran más tarde o no? Como padre no estaba en condiciones de ser categórico al respecto.

Otra afirmación en el dichoso grupo puso un manto de suspenso a la situación planteada y amplió la duda: "hla grupo. no si dijerono creo ue hay aque entrar mas trde" (sic.). En ese momento el tiempo se detuvo. Hasta segundos antes se podía ver en la parte superior del teléfono en verde cómo había varias personas escribiendo su mensaje, pero luego de esta afirmación todo fue distinto y hubo largos segundos de quietud. Por un momento me sentí Rodolfo Walsh descifrando el mensaje en clave de Estados Unidos previo a la invasión a la de Bahía de Cochinos en la Cuba de Castro e intenté decodificar el mensaje encriptado. Agucé mis sentidos, fruncí el ceño con mirada perspicaz y leí en voz alta lentamente: "Hola grupo", preparándome para lo peor. "No, si no dijeron, no creo que haya que entrar más tarde", pensé. O podía ser "sí, dijeron, creo que hay que entrar más tarde". ¿Pero quién podía inclinar la balanza? ¿Si, o no?

Siguió entonces por las profundidades de la mochila de mi hija la búsqueda de la posible notita que clarificaría el motivo, si es que efectivamente los chicos tuvieran que entrar más tarde. Pero no estaba ahí. Solo encontramos el envoltorio de un caramelo Flynn Paff que, si pudiera, se reiría de nosotros.

Entre más dudas y falsas certezas seguían en ese Whatsapp los mensajes de usuarios prolijamente llamados por mí como "Mamá de..." o "Papá de...". De uno de esos inocentes nombres surgió la ruptura de la establecido al solo expresar y hacer pública una consulta que hasta el momento nadie se había hecho, y que a nadie inquietaba hasta entonces. Esa pregunta que puso en duda todo lo que suponíamos seguro resuena como un eco: "¿Mañana entran en horario normal los chicos?".

Hasta ahí no me había animado a responder algo en ese grupo de intercambio, el oficial, para comunicación de los padres de la escuela. No me animaba. Quería ser claro, no sembrar más dudas, pero no tenía más que una completa y absoluta incertidumbre. Por un momento me sentí como Cortazar en el relato en el que le regalan un reloj y él, ahora lo entiendo, se considera regalado al reloj por todo lo que este le demanda. En ese momento no me pareció que yo pudiera manejar ese mensajero sino que él tenía un grupo de 30 padres y madres de una escuela y jugaba con ellos.

Al fin me animo. Me sentí expuesto pero estaba comprometido a resolver el dilema y debía llegar a algo claro en pocos caracteres. Tenía que elegirlos con cuidado. "Ojo con las comas", me dije. "Hay que ser responsable, usar esta herramienta con cuidado, no sumar ruido a la incomunicación", me convencí. Creo que estaba transpirando. Entonces, mientras marcaba el patrón de desbloqueo de mi teléfono elucubraba la respuesta. Ya estoy adentro. Ahora mi dedo golpea suavemente el icono del globo verde. Aparece la lista de diálogos y otros contactos aguardaban mi respuesta, pero voy directo al grupo en cuestión y ubico con cuidado el mensaje inicial que rompió la quietud. "Mañana entran en horario normal los chicos?". Alcanzando la síntesis deseada respondo con otra pregunta: "¿Por?".

Se hace desear unos segundos la respuesta del mismo usuario que acabó con toda pretensión de continuidad de lo normal: "Era para saber, porque mi nena faltó el viernes", dice con soltura, haciendo retornar la calma en las vidas de los otros usuarios con los que el Whatsapp estaba jugando.



El relato es del autor del blog. Está basado en hechos reales aunque los tácitos personajes y sucesos son imaginarios. Cualquier semejanza con la realidad es pura coincidencia.

domingo, 3 de diciembre de 2017

Un recuerdo para nuestra memoria analógica

En la era digital la memoria se mide en bytes (kb, mb, tb). Físicamente es un pedacito de algo en el que se guarda un sinfín de información. Ahora también está "la nube", que básicamente es alojar toda la información en algún lugar ubicable y privado de internet. Y está todo ahí, es inalterable. No cambia nada, salvo que uno ingrese a modificarlo. Lo que se archiva queda ahí: Fotos, videos, algún escrito, o documento escaneado, todo.

Siempre hubo alguna forma de preservar información importante o a la que se le otorga algún valor personal o material. Pero ahora se aloja todo, desde el momento en que desde un teléfono se guardan todas las fotos que sacamos, las calles que pisamos, lo que mandamos y recibimos por algún servicio de mensajería o el correo electrónico. Alguien mayor de 30 quizás ahora empieza a ver su vida archivada a través de estos dispositivos o funciones, pero un chico de unos 25 por ejemplo ya tiene su historia de vida prácticamente archivada. Ni hablar un niño de 10 años, que seguramente puede ver la filmación de su nacimiento y decenas de fotos de prácticamente cada día de su vida.
Me ocurre habitualmente que mi hija me pide que no le saque fotos. Claro, se ve fotografiada cientas de veces por sus padres, y eso que somos muy cuidadosos y nos publicamos frenéticamente en las redes cada momento. Pero ella, de 6 años, ya sabe que tiene imágenes de su vida archivada y también va sabiendo que tiene derecho a que no le saquen fotos si no quiere, porque no está de animo, porque la situación le incomoda, o simplemente porque no.

Todavía me acuerdo del teléfono de mis abuelas, que fallecieron hace alrededor de 6 años, y que no usaban ya esas líneas desde antes. Y si hago un poco de esfuerzo, hasta el de algún compañero de la primaria que hace más de 20 años que no llamo. Así como en este caso preservo la memoria para algo hoy tan inútil, puedo decir que recuerdo la fecha de nacimiento, el día del cumpleaños de la mayoría de mis afectos. De algunos se me confunden, pero en general los recuerdo sin tener que recurrir al Facebook. El problema en este caso es que nadie lo sabe, y con más razón me reclaman cuando no "recuerdo" el día y no saludo. Porque ahora no hay excusa: La red tiene que haberme avisado que era el cumpleaños de mi primo, y yo debí haberlo saludado como corresponde.

Hoy no hay forma de olvidar algo, y no te dejan. ¿Qué no tengo derecho a olvidarme de un cumpleaños, o a acordarme dignamente yo por mis propios medios?
Lo digital es inalterable, inapelable. Es así, no hay discusión, y el avance de los smartphones y las redes sociales ayudan a reforzarlo y a que olvidemos el lugar de nuestra memoria "analógica", por llamarle en contraposición a la memoria digital.

No es en desmedro de todo lo que "lo digital" hace por nosotros. No, porque soy el primero en sacar 100 fotos de un acto escolar y guardarlas en el "drive". Pero sí quiero darle un merecido homenaje a nuestra memoria, esa memoria analógica, la que recuerda lo que quiere, que selectivamente borra algunos malos recuerdos para poder seguir adelante, que hace que las personas hayan sido mejores a con el tiempo (más cuando ya no están entre nosotros), la que con el tiempo va transformando las buenas historias en aun mejores. Desde aquel recital de Charly García en el que nos quedamos afuera, aquel amigo con el que gritábamos "Toro..." cuando pasaba un Torino, esa serie del noventa y pico con Sbaraglia y Lito Cruz que estaba tan buena, a la invitación a esa chica a "Bar y Artes" con la que ya llevamos más de 15 años de cafés. Todas esas historias son verdaderas, ocurrieron. De la mayoría no tengo registro en nigún de tipo más que acá, en mi cabeza. Un pequeño puñado de felices recuerdos, y gracias a la memoria analógica con el pasar del tiempo ahora son mejores.