El termómetro marcaba los 3 grados bajo cero cuando eran las
8 de la mañana en las inmediaciones del Monumento Nacional a la Bandera, en
Rosario. A esa hora ya cientos de personas, en pantaloncitos cortos, trotaban como
en círculos, iban y venían, se tiraban aliento entre las manos casi juntas, las
frotaban, estiraban las piernas y volvían a trotar. Acercándose las 9 ya eran
miles.
Antes de la largada, con -3º |
La baja temperatura ayudaba de alguna manera a los
corredores que tenían que hacer la distancia del maratón ya que tenían tiempo y
camino para tomar calor. Más allá de eso se imponía la remerita térmica debajo
de la celeste de los 42k o la naranja de los 10k.
Solo una gran duda asaltó con impotencia los corredores: ¿A
quien se le ocurrió dar vasos de agua en los puntos de hidratación? ¿Eh?
Si alguien tiene alguna duda de que enviar deseos positivos
o alentar puede ayudar al otro, tenía que ver lo que pasaba principalmente en
los últimos metros de la competencia. Los corredores se acercaban a la meta con
todo su esfuerzo, muchos ya con más que eso (mente, piernas, sudor, voluntad),
y los gritos de aliento del ocasional público le imprimían un nuevo ritmo a las
últimas zancadas. Es una relación que se
alimenta recíprocamente. Sin saberlo, por respeto a ese público el corredor, ya
extenuado, se ve obligado a recomponer el paso, enderezarse un poco, darle más
vida al ritmo que llevaba y alcanzar la meta con la cabeza en alto. Y el público
cumpliendo su rol aplaudía y vivaba a propios y ajenos; “Vamos pibe que vos
podés”; “Bien flaca que son los últimos metros”; “Dale viejo que ya llegás”, se
podía escuchar que surgía de voces anónimas a un costado de la Av. Belgrano.
La crónica dirá luego que los olavarrienses Gustavo Fernández y Cecilia Fernández, pareja ellos, resultaron
primeros en la general de caballeros y
damas. Si, triunfó el amor, si se permite la frase hecha. El amor de ellos, y
el de miles de almas que se acercaron a correr la fría mañana del 24 de junio ahí
en el mismo lugar donde hace 206 años Belgrano izó la bandera argentina por
primera vez tomando los colores del cielo. El mismo cielo que esa mañana se
dejó ver y abrazó a las 5 mil personas que coparon las calles de Rosario para cumplir
una meta.
La fiesta se extendía hacia el mediodía cuando solo unos pocos habían alcanzado la distancia del maratón ya pasadas las 12. A un costado, cerca de la meta, una nena viendo eso que pasaba adelante suyo, preguntó: “¿Mamá, por qué corren?”. “Por amor, hija”.
La fiesta se extendía hacia el mediodía cuando solo unos pocos habían alcanzado la distancia del maratón ya pasadas las 12. A un costado, cerca de la meta, una nena viendo eso que pasaba adelante suyo, preguntó: “¿Mamá, por qué corren?”. “Por amor, hija”.